Son bárbaros, no dudaron de sacarla de su tierra. A la criolla le cambiaron su tierra por una casona que no valía nada. La tierra madre se fue a manos de El malón.
Ellos se instalaron en toda la naturaleza hasta hacerse dueños de las aguas. Una historia que quedó en el olvido de sus descendientes. Los pobres no recuerdan, no se enojan ante los aristócratas, ellos siempre son sumisos ante el poder.
Los malones no sólo treparon sus montes, sus vidas sino que robaron la vida de uno de la tribu. Sanguinarios y turbulentos terratenientes se cobraron, gratuitamente, la vida de algunos de los criollos. La justicia no hace nada, la población calla, entre los habitantes del pueblo reina el amiguismo y la seducción. La ciudad es conservadora, las ideologías son tan parecidas como el credo.
Los descendientes amargados con el gen de tanta violencia que sufrieron sus antepasados, ante la incomprensión en esta tierra que fue de ellos, la vanidad de los curiosos para aprovechar escalar a costa de estos sufridos, no les quedó otra que acomodarse en las drogas para poder seguir viviendo.
En vano viven y respiran. Todo sigue como cuando desnudaron y les metieron sus putas manos a los nativos de ahí.
Mucha sangre corrió, mientras ellos siguen gobernando la mente de los débiles. Esa ciudad vio mucha sangre, salgo a caminar y siento todo podrido. Los que tienen jodida la vida por los guardianes de este pueblo ya no duermen. Nadie quiere amar a esta gente porque ya ha nacido crucificada por el dolor. No hay consuelo en una persona, ni en la hipócrita iglesia, ni en los hipócritas que levantan banderas ideológicas, ni en los que creen que despegan la injusticia como si fuese un chicle del pavimento.
La cobardía de esta familia que tuvo latigazos por esos fantasmas grandes que le robaron sus tierras ya no pueden amar. El placer de buscar la verdad le es falso; su única verdad es que, siempre, nunca caminaran de nuevo por ese barro que les era propio.
¡Salud!, por nosotros, dicen.
¡Salud!, por los nuestros, digo.